Llegamos a la quinta semana de cuaresma, una antes de vivir la “Semana Santa”. La insistencia de Dios en volver a Él se acentúa cada vez más. El domingo pasado “el hijo pródigo”, este domingo, la “mujer adúltera”, en ambos relatos se nos revela el amor de Dios que no tiene límites. Ahí, donde humanamente sólo pudiéramos encontrar desaprobación y condena, Dios se hace encuentro que sana, perdona y libera.
Jn 8, 1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿Qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿Dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
La lectura de este domingo tiene lugar en el templo. La situación a la que asistimos es a un juicio que termina resolviéndose por incomparecencia. Identificamos a una turba acusadora, a una mujer acusada de adulterio y a Jesús que enseña. El texto es tan explícito, escenográficamente hablando, que nos permite meternos en la escena. Dentro de ella es casi imposible no sentirse identificados o descubiertos en algunos de los personajes. ¿Estamos entre los acusadores?, ¿o nos parecemos a la mujer acusada y perdonada? o ¿quizás, nos envolvemos en la respuesta de Jesús? El texto da para más… cada lector pondrá su propio acento en la escena. Al final el verdadero sentido tiene lugar en el contundente cierre de Jesús: “Yo tampoco te condeno. Anda y en adelante no peques más”. Dios nos rehace siempre perdonándonos. Vamos ahora a intentar decir tres ecos “ecológicos” de esta lectura. El primero está relacionado con la injusta acusación que se descubre en el relato: sólo la mujer es acusada. ¿Por qué no han traído al hombre que también ha incurrido en adulterio? La omisión del varón en el relato deja entrever un sesgo de mentalidad patriarcal, extendiéndose al abuso de autoridad y violencia sobre quien está desprotegido. En este caso la mujer. En los últimos años, con relación al problema ecológico, se ha venido desarrollando la concepción de que la opresión de la mujer y la destrucción del planeta vienen del mismo sistema patriarcal.
A esta corriente se le llama ecofeminismo. Su aporte, en general, ha contribuido a resaltar que la dominación de la mujer por el varón es el prototipo de todas las formas de dominación, incluyendo la del medio ambiente. En esta línea podemos preguntarnos: ¿somos una sociedad “patriarcalista”? ¿Es esta mentalidad de fondo, la que nos ha llevado a abusar de la Creación de Dios? Leemos en Laudato Si’: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla” (LS 2). Como dijeron los obispos de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios»” (LS 14). No es tan desproporcional, pensar en esta concepción de abuso de género con relación al abuso que hacemos de nuestra Casa Común.
En segundo lugar, fijémonos en Jesús, quien maneja una situación tensa con comprensión, compasión y ternura, guiado por la sabiduría del Espíritu de Dios. Su atención no se centra en buscar culpables sino en rehacer la vida. De ahí que el reto que lanza en la expresión: “Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra”, tiene un sentido de aplicación personal. Es una invitación a ser conscientes de nuestro propio barro, de quitarnos las caretas que sólo nos excusan de las violencias que ejercemos, en la mayoría de las veces de manera disimulada. En el documento Gaudete et Exultate, el papa Francisco nos da un acertado consejo: “No nos hace bien mirar desde arriba, colocarnos en el lugar de jueces sin piedad, considerar a los otros como indignos y pretender dar lecciones permanentemente. Esa es una sutil forma de violencia” (GE 117). Y con relación al problema ecológico, desentendernos de él, mirar para otro lado, o burlarnos de quienes se preocupan decuidar a nuestra Casa Común, nos sitúa en esta parada de jueces que condenan, pero que no ofrecen soluciones.
En tercer lugar, queremos resaltar que Jesús tuvo compasión hacia aquella mujer. Es lo que necesitamos siempre, porque “no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos” (LS 91). Los rabinos en tiempos de Jesús necesitaban una ética renovada para el bien del pueblo de Israel. También hoy se requiere “una ética ecológica, de manera que ayude efectivamente a crecer en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión” (LS 211).
Regresemos al Evangelio, solo experimentando el perdón y la confianza de Jesús podremos vivir de una manera diferente, es decir, podremos reconciliarnos en todas nuestras relaciones: con nosotros mismos, con Dios, con los otros y con la Creación. Esta es la propuesta de vida, de perdón sin límites que Dios siempre nos ofrece. Una y otra vez esta pronto para susurrarnos:
¡Anda y adelante, cambia de vida, no vuelvas atrás!
“Seguiremos caminando, más allá de fracasos y golpes. Seguiremos amando, venciendo a soledades y deserciones… Con otros, igual de frágiles, igual de fuertes, igual de humanos, haremos surcos en la tierra fértil para seguir sembrando un evangelio de carne y hueso regado con los anhelos más hondos, y crecerá, imparable, la vida”. (J. M Olaizola).