«Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo»

En el año 2019, cinco mujeres indígenas bolivianas conquistaron el Aconcagua, la montaña más alta de América, con 6,952 metros de altura. Ellas son conocidas como “Las Cholitas escaladoras” y es valioso verlas con su traje típico, “polleras”, aún cuando practican el montañismo.

Una de ellas, Lidia, cuenta: “Siempre tenía esa curiosidad de poder ir a la cima, yo llegaba hasta 5.200 metros y veía que había mucha felicidad en los turistas cuando regresaban y a mi esposo le preguntaba qué había ahí arriba”.
En estas palabras de Lidia: “felicidad” y “qué había ahí arriba”, encontramos un sentimiento universal que se despierta al subir las montañas y alcanzar las cumbres.

Así también, se puede entender el porqué las montañas tienen un valor simbólico universal relacionado con la divinidad, basta recordar el significado del “Olimpo” para los griegos, o “la montaña sagrada” en la cosmovisión indígena. Los montes también están presentes en las páginas bíblicas, simboliza el lugar privilegiado para dar culto a Dios.

Este domingo, la escena del Evangelio, se desarrolla precisamente en un monte, ahí se da la “Transfiguración de Jesús”. Un acontecimiento, que se puede comprender como de oración y de consolación del Señor.

 

Lc 9, 28b-36

Tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.

Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

La palabra “Transfiguración” significa “cambio de forma o de aspecto”, y proviene del latín trans (“a través”) y figura (“aspecto”). En la “Transfiguración”, Jesús cambió de aspecto, todo él se llenó de resplandor, y de gloria.

Este acontecimiento se cree que habría ocurrido en el monte Tabor u otra colina cercana. Este monte tiene aproximadamente 582 metros de altura. Su ubicación en la llanura fértil le vale ser considerado como un monte alto. Parece ser que su nombre es de origen fenicio, y podría significar: “puro, trasparente”. En la actualidad, ahí se encuentra la Basílica de la Transfiguración, construida por los franciscanos en 1631.

Pedro, Santiago y Juan fueron testigos de la Transfiguración. Los sinópticos mencionan este acontecimiento, pero sólo Lucas expone el motivo de subir a la montaña: para orar, y desde aquí explica lo que acontece: “Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor”. Por eso se puede decir que, “la Transfiguración es un acontecimiento de oración. Se ve claramente lo que sucede en la conversación de Jesús con el Padre: la íntima compenetración de su ser con Dios, que se convierte en luz pura. En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de luz” (Benedicto XVI).

Jesús tenía un gusto especial por las montañas, le atraía la soledad de las cumbres como lugar a donde retirarse a orar (Mt 14, 23;15, 29; 6,15). Y también, momentos muy significativos de su vida transcurren en un monte: la oración en el monte de los Olivos antes de ser aprendido, y la misma crucifixión en el Gólgota; así como su última despedida, ya resucitado, antes de ascender a los cielos (Mt 28,16).

Estos acontecimientos en diversos montes, sin duda, tienen un trasfondo simbólico general: “el monte como lugar de la subida, no sólo externa, sino sobre todo interior”.

En este tiempo de Cuaresma, el Evangelio de este domingo, nos invita a retomar nuestra experiencia de oración. Ésta ha de volver al centro de nuestra cotidianidad tan ajetreada, con pocos espacios para respirar a Dios, y volver a sentir su amor presente e incondicional. Pero para ello, tenemos que apagar un rato el móvil, la Tv, o desconectarnos de las redes sociales o el internet, para rezar sin distracciones.

Hay que subir a la montaña, ojalá y se pudiera físicamente, nos vendría muy bien buscar esta paz que nos regala la Creación.

Recordemos que los cristianos “no escapamos del mundo, ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con Dios” (LS 235). Jesús nos ha elegido para subir a la montaña santa, para ir a descansar con Él, para liberarnos del peso de la monotonía y respirar el aire puro, para contemplar la inmensidad de la Creación y su belleza. Esta subida nos dará altura interior y nos permitirá intuir al Creador (cf. Benedicto XVI). Sólo así podremos descender a la vida cotidiana, en silencio, como los discípulos, pero apasionados y fortalecidos para hacer el bien, para seguir esperando contra toda esperanza y ser portadores de paz.

“Ayuno y oración” por la paz en Ucrania, son las acciones a las que el papa Francisco nos ha invitado al comenzar esta cuaresma. Es lo menos que podemos hacer, no bajar los brazos ni desesperanzarnos sino orar y ayudar. ¿Es mucho pedirnos en esta cuaresma?, ¿podemos hacerlo?

Querido Padre de todos: unidos como hermanos te pedimos hoy por la paz en Ucrania, que sufre ya la barbarie de la guerra. Da luz a los que tienen el poder de frenar tanta violencia para que pongan el bien común por encima de sus intereses partidistas. Ten piedad de los más indefensos, de tantas vidas humanas inocentes. Que los más vulnerables sientan Tu abrazo a través de los sacerdotes, religiosas y laicos que forman la Iglesia en Ucrania. A estos, dales la fuerza y la gracia para ser consuelo y esperanza en estos momentos de tanta sin razón y sufrimiento. María, Madre de Dios y Madre nuestra, Reina de la paz, intercede por Ucrania, por Europa y por el mundo entero. Amén
(Iglesia que sufre)